lunes, abril 30, 2007

Las Cuatro Nobles Verdades


La exposición de las Cuatro Nobles Verdades, sin lugar a dudas, constituye el núcleo de la enseñanza y práctica budistas. Es significativo en este sentido, que Buda había enseñado esta doctrina tanto en su primer sermón después de haber alcanzado la iluminación, como en su última prédica transcrita en la Mahaparinibbana Sutta (El Discurso sobre los últimos días de Buda), sin mencionar las numerosas ocasiones, durante su casi cincuentañal ministerio, en las que había vuelto a hacer referencia sobre este mismo tema. Sin embargo, es la Dhammavakkappavattana Sutta (el Discurso sobre la puesta en movimiento de la Rueda de la Verdad), la trascripción del primer sermón de Buda luego de su iluminación, la que se constituye en la principal referencia sobre este tópico.

Las Cuatro Nobles Verdades con el Óctuple Sendero forman parte de un sermón que fue expuesto por Buda, según la tradición, en Sarnath inmediatamente después de haber alcanzado la iluminación y fue dirigido a sus cinco ex-compañeros de la vida ascética.

Las Cuatro Nobles Verdades, tal como fueron formuladas por Buda, son las siguientes:

1) La Noble Verdad del sufrimiento o insatisfacción

2) La Noble Verdad del origen del sufrimiento

3) La Noble Verdad de la extinción del sufrimiento

4) La Noble Verdad del Sendero que lleva a la extinción del sufrimiento

Las Cuatro Nobles Verdades forman parte de un sermón que fue expuesto por Buda en Sarnath inmediatamente después de haber alcanzado la iluminación y fue dirigido a sus cinco ex-compañeros de la vida ascética.



1) La Noble Verdad del sufrimiento o insatisfacción (dukkha, en pali).

La Primera Noble Verdad de Buda se refiere a la realidad de la vida plagada de sufrimientos e insatisfacciones. Es un postulado que reconoce el carácter universal de este mal. En su primer sermón, Gotama lo expresó de la siguiente manera:

"He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del Sufrimiento. El nacimiento es estresante, el envejecimiento es estresante y la muerte es estresante. La tristeza, el lamento, el dolor, la angustia y la desesperanza constituyen el sufrimiento. El estar ligado a lo indeseable significa sufrimiento, pero el hecho de tener que separase de lo deseable también es sufrido. Finalmente, cuando no se obtiene lo deseado, se sufre." (Dhammavakkappavattana Sutta)

En otras palabras, esta verdad considera el hecho fundamental ligado de manera inherente a todas las cosas del mundo, según el cual la vida, en todas sus dimensiones, resulta insatisfactoria para la mayoría de las personas. Obviamente, a los males mencionados en el arriba citado fragmento, se podrían agregar muchos otros ejemplos que a menudo experimentamos en nuestras vidas, pero lo que Buda quiso enfatizar era el carácter general de esta experiencia. La universalidad del sufrimiento, se manifiesta, por ejemplo, en que en la India de la época de Buda, las personas sufrían de la misma manera que sufren hoy en día en América Latina o en cualquier parte del mundo. Este hecho nada tiene que ver con las posesiones materiales u otros aspectos que hacen a la estratificación social. Si alguien pregunta ¿qué tienen en común el mendigo que duerme debajo del puente de Tamesis en Londres y la Reina de Inglaterra que descansa en su palacio, tan sólo unos pocos kilómetros de aquel lugar? la respuesta sería que ambos, a pesar de la enorme distancia social que los separa, comparten el mismo hecho de tener que sufrir: quizá en diferentes grados y de maneras distintas, pero lo cierto es que ninguno de los dos se escapa de este sentimiento de insatisfacción y desesperanza que, tarde o temprano, nos llega a todos.

Esta Primera Noble Verdad no debe ser comprendida como un principio filosófico metafísico abstracto, sino como una realidad concreta que todos compartimos y experimentamos en la vivencia cotidiana. El enfoque de Buda sobre la universalidad del sufrimiento puede parecer muy pesimista, a primera vista, pero hay que señalar que la palabra dukkha, la cual se traduce generalmente como “sufrimiento, en pali significa literalmente "incapaz de ser satisfecho" y se refiere al mundo de los sentidos, que manifiesta una crónica imposibilidad de llenar el corazón del hombre de una completa felicidad.

Finalmente, debemos notar que lo que expresa esta sentencia es que "el sufrimiento está presente en el mundo de manera universal", y no que "yo estoy sufriendo". A primera vista, la diferencia entre ambas expresiones no parece ser demasiado importante pero, como veremos a continuación en los siguientes capítulos, la misma va a adquirir mucha relevancia a la luz de una de las principales enseñanzas budistas sobre la no existencia real del "yo" o del "alma" (anatta): mientras que la primera afirmación sólo constata el hecho de la existencia del sufrimiento, la segunda se identifica con él. De hecho, una de las principales características de la meditación budista consiste precisamente en mirar nuestros estados de ánimo como si en realidad no nos pertenecieran, no identificarse con ellos: "he aquí que hay un sentimiento de angustia, alegría, dolor, pena, gozo, aburrimiento, emoción, etc. Cada uno aparece, dura un tiempo y se desvanece. Unos duran más, otros menos, pero yo, en esencia, no soy este sentimiento, ni tampoco el otro, no me identifico con ninguno".

Otros creen que el hecho de elevar el sufrimiento al estatus de una "Noble Verdad" parece muy de mal gusto y que sería mucho mejor olvidarse de él por completo: en vez de centrarse en penas y frustraciones, enfatizar lo positivo, lindo y alegre de la vida. ¿Por qué no hablar de la belleza y de los placeres, en vez de ocuparse del envejecimiento, dolores y angustias? Para el hombre moderno es espantoso hablar de estos temas, por eso prefiere evitarlos u olvidarse de ellos. El hombre tiende a eliminar todo lo que en su camino encuentra molesto: tal como extermina los mosquitos con el spray, pretende eliminar las penas con unos tragos, buenos chistes o ceremonias religiosas. Buda simplemente llama la atención que este método de enfrentar los problemas es ineficaz: los mosquitos siempre vuelven. De lo que se trata, sin embargo, no es luchar contra el sufrimiento sino comprenderlo: examinar su naturaleza y su origen, para luego, sobre esta base, poder liberarse del mismo.

Para entender el sufrimiento necesitamos investigarlo o, por lo menos, mirarlo de frente. Observar hasta las más mínimas insatisfacciones diarias: irritaciones, desilusiones, nerviosismos, decepciones y otros. Ser conscientes de ellas y convertirlas en objeto de nuestro entendimiento. Pero, ¿qué tanto podemos aprender observando el sufrimiento? Pues, antes que nada, podremos descubrir su origen, lo que no es poco, pero de este tema ya se ocupa la Segunda Noble Verdad de Buda.

En numerosas ocasiones Buda hace referencia al sufrimiento inherente a la vida. Una de las fuentes budistas más antiguas y apreciadas por los seguidores de Gotama, es “Dhammapada” (Los Versos de la Verdad), la cual empieza con el siguiente afirmación:

“La mente precede todo lo que puede ser conocido. La mente es su fundamento y le da forma. Si uno habla o actúa con una corrompida e impura, el sufrimiento le seguirá de la misma manera que la rueda sigue la pezuña del buey.” (Dhammapada 1,1)


2) La Noble Verdad del origen del sufrimiento.

Esta Noble Verdad hace referencia a la causa u origen del sufrimiento de la siguiente manera:

"He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del origen del sufrimiento: el deseo que produce el continuo llegar a ser, acompañado por la codicia de los placeres, y que encuentra siempre algún nuevo deleite aquí y allá, es la causa del sufrimiento. El deseo puede ser por los placeres sensuales, por la existencia como también por la no existencia." (Dhammavakkappavattana Sutta)

El sufrimiento, según se desprende de estas palabras de Buda, está causado por el apego a las diversas clases de deseos. En el citado pasaje se mencionan tres tipos de deseos. El primero consiste en lo que se denomina "el deseo de los placeres sensuales”. Es un tipo de deseos fácilmente experimentable y que no requiere de muchas explicaciones: cuando, por ejemplo, tomamos un bocadito de una de nuestras comidas favoritas de un sabor delicioso, podemos fácilmente observar cómo inmediatamente nace el deseo de disfrutar un segundo bocado. Estamos hablando de una experiencia cotidiana de la cual no hace falta filosofar demasiado: simplemente, probar algo delicioso en una pequeña cantidad y observar lo qué ocurre en nuestro interior. Éste, podría ser un simple ejemplo de lo que es un “deseo de los placeres sensuales”.

En segundo lugar, Buda menciona el "deseo por la existencia" que se manifiesta a menudo cuando experimentamos aquellos deseos de llegar a ser alguien quien todavía no somos o lograr algo que aún no obtuvimos. Ambicionamos cosas, nos esforzamos por ser valorados y reconocidos en la sociedad, buscamos riquezas, deseamos avances laborales, en suma, queremos llegar a ser algo diferente de lo que actualmente somos.

Esta situación, de acuerdo con la concepción budista, necesariamente nos lleva a experimentar las desilusiones y, consecuentemente, reparar en el tercer tipo de deseos, llamado el "deseo por la no existencia", o sea, el de “dejar de ser” o “dejar de sentir”. Quiero ser libre de la angustia, libre de celos y ansiedades, quiero conquistar mi ira, enojo o cualquier otro mal que me acosa. De esta manera, continuamente experimentamos los diferentes tipos de deseos mencionados por Buda en esta Segunda Noble Verdad.

Hay que señalar, sin embargo que, según la enseñanza budista, no es el mismo sentimiento del deseo que crea en nosotros el sufrimiento, sino nuestro apego a él. El deseo por sí solo no produce el sufrimiento, solamente lo hace nuestra habitual costumbre de aferrarse a nuestras pretensiones y apetitos. Cuando tenemos hambre, es perfectamente natural que aparezca el deseo de comer, tampoco, aparentemente, podemos evitar que aparezcan en nosotros otros deseos, por ejemplo, los de querer ser más ricos, más saludables, menos gordos o menos calvos, más inteligentes, más simpáticos y todos lo que demás que podamos imaginarnos. Estos deseos, en sí mismos no pueden causarnos sufrimientos, ni perjudicarnos de modo alguno, salvo que procedamos a hacer con ellos una de las dos cosas: los abracemos con estima como parte de nuestra naturaleza o nos reprochemos su existencia, decidiendo hacerles frente y eliminarlos de nuestra mente. Lo que deberíamos hacer es, en vez de esto, es simple y meramente reconocer que semejantes deseos existen, pero sin identificarnos con ellos: no regañarnos por su existencia, pero tampoco apegarse ellos.


3) La Noble Verdad de la extinción del sufrimiento.

En la Tercera Noble Verdad Buda explica en qué consiste el cese del sufrimiento:

"He aquí, oh monjes, la Noble Verdad sobre la extinción del sufrimiento que consiste en abandonar el deseo. El total cese, la total extinción y liberación del deseo ocurre cuando lo abandonamos y renunciamos a él de manera total." (Dhammavakkappavattana Sutta)

El camino hacia la liberación del sufrimiento empieza como un estado mental, capaz de percibir claramente la relación causal existente entre el apego a los deseos, por un lado y el sufrimiento, por otro lado. En ningún caso se debe tratar esta verdad –tampoco ninguna otra, claro está- como si la misma fuera un dogma que debe ser aceptado con una fe ciega. Antes bien, la misma debe convertirse en una experiencia personal basada en una perspicaz observación del mundo y de uno mismo. Las técnicas de meditación que el budismo desarrolló como su principal actividad espiritual, podrían ayudar a cumplir con este objetivo, pero de igual manera, cada uno de nosotros debería aprender a observar de qué manera el apego a las cosas materiales, a las ideas que defendemos muchas veces con excesiva vehemencia, las actitudes o las costumbres ocasionan el sufrimiento.

Cuando descubrimos que todos los objetos de nuestro aprecio terrenal conllevan consigo el inconfundible sello de la insatisfacción e impermanencia, nuestro apego puede verse disminuido y con ello, también el sufrimiento. Todos nuestros placeres tienen carácter finito: todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, probamos, pensamos o sentimos es finito, pasajero y perecedero; en otras palabras, está destinado a desaparecer, a morir. En este sentido, podría decirse que cuando abrazamos dichos placeres abrazamos la muerte y si no lo contemplamos con suficiente perspicacia o no lo entendemos, entonces llegamos a una situación absurda, en la cual pretendemos ser verdaderamente felices mediante cosas que sólo pueden ofrecernos desilusión, desesperación y decepción.

Una de la principales metas de la meditación budista es permitir que aquellos sentimientos que anteriormente tratábamos de ocultar o esconder en lo más recóndito de nuestra mente, ahora afloren con toda la claridad: si estamos desesperados o angustiados por las cosas materiales, si sentimos el temor del fracaso profesional, el odio o el rencor hacia personas más exitosas, etc., pues no huyamos más de semejantes sentimientos, sino más bien, estemos clara y perfectamente conscientes de ellos. Este camino, a primera vista, no parece muy atractivo debido a que, generalmente, estamos acostumbrados a estándares espirituales muy elevados: el hecho de sentir envidia, irritación u odio, desearle a alguien mal, simplemente no debería ocurrir a una persona “buena”, la cual nos consideramos. Pero el hecho de estar conscientes de lo que nos pasa, es sólo la mitad del camino: la segunda mitad consiste en no permitir que todo lo anterior nos envuelva en un sentimiento de culpa, sino más bien en observar cómo dichos sentimientos se originan, se desarrollan y finalmente, cesan sin que haya algo que nos permita identificarlos como nuestra propia esencia. Es como convertirse en un testigo imparcial de todo lo que pasa en nuestro alrededor y dentro nuestro. Ser un testigo imparcial que todo lo observa, sin juzgar ni alabar nada. Finalmente, esta actitud nos permitirá apegarse cada vez menos a nuestros deseos, verlos cada vez más como algo extraño y distante; a la larga, va a disminuir nuestro sufrimiento o, quizá por qué no, va a cesar por completo.

Por último, debemos hacer en este momento una clara advertencia, que consiste en lo siguiente: es mucho más fácil comprender intelectualmente lo expresado anteriormente que descubrirlo y experimentarlo en la práctica. Es precisamente por eso, que hay que avistar el camino de meditación budista no como una solución instantánea y milagrosa, realizada mediante alguna poderosa fuerza externa, sino como un lento y paciente aprendizaje, capaz de desarrollar el potencial escondido en cada uno de nosotros para autoayudarnos y liberarnos de culpa y pena.


El camino hacia la liberación del sufrimiento equivale a abandonar el apego a los deseos. Los versos del “Dhammapada” así describen al hombre que sigue este camino:

“Se esfuerza por permanecer atento. A ningún lugar se apega. Como cisne que deja su lago, abandona un lugar tras otro y se marcha. No acumula cosas y es moderado en su alimentación. Su meta no es otra que la libertad incondicionada. Así como el curse de los pájaros en el aire es imperceptible, así el sabio no deja huellas en su caminar.” (Dhammapada 7,91-92)


4) La Noble Verdad del Sendero que lleva a la extinción del sufrimiento.

La Cuarta Noble Verdad consiste en la especificación de los ocho pasos que conducen a la completa liberación del sufrimiento, por lo cual, esta Verdad se conoce también bajo el nombre de Óctuple Sendero:

"He aquí, oh monjes, la Noble Verdad del sendero, cuya práctica conduce a la extinción del sufrimiento, más precisamente el Noble Óctuple Sendero: Correcta visión, correcta intención, correcta forma de hablar, correcta acción, correcto medio de vida, correcto esfuerzo, correcta atención y correcta concentración." (Dhammavakkappavattana Sutta)


Tradicionalmente, estos ocho pasos suelen agruparse en tres diferentes secciones, de la siguiente manera:


Primera sección: pasos concernientes al desarrollo de la sabiduría (pañña, en pali):

1. Recta visión o comprensión

2. Recta intención o resolución

Segunda sección: pasos referentes a la moral o desarrollo de la virtud (sila, en el lenguaje pali):

3. Recta forma de hablar

4. Recta acción

5. Recto medio de vida

Tercera sección: pasos relacionados con el desarrollo de la concentración (samadhi, en pali):

6. Recto esfuerzo

7. Recta atención

8. Recta concentración

Suttas relacionados:
SN 45,8 Maggavibhanga Sutta - Discurso con el análisis del Sendero


1) Recta visión o comprensión

La recta visión o comprensión, en el contexto budista del Óctuple Sendero que lleva a la extinción del sufrimiento, es particularmente importante porque condiciona a los restantes siete pasos: todos ellos, en uno u otro sentido, dependen de aquel entendimiento que uno debería poseer y que no es puramente intelectivo, sino más bien holístico e intuitivo, el cual nos permite ver, clara y profundamente, el carácter insatisfactorio y no permanente de las cosas y de la realidad, incluyendo nuestro propio ser personal.

En otro contexto, esta enseñanza se conoce como la doctrina de la impermanencia, insatisfacción y la no-existencia del yo (anica, dukkha y anatta respectivamente, en el idioma pali) y dada su importancia, la vamos a estudiar en forma separada en el siguiente capítulo. Ahora solamente, a modo de resumen, digamos que el correcto entendimiento se puede reducir a una clara y perspicaz comprensión y aceptación de un simple hecho encerrado en la siguiente sentencia, muchas veces repetida por Buda: “todo aquello que está sujeto a aparecer o llegar a ser, también está sujeto a desaparecer o dejar de ser”.

Esto quiere decir que nada es permanente, absolutamente fijo, perdurable o dotado de alguna esencia. Mientras más atentamente observamos la realidad, con mayor certeza descubrimos que las “esencias” solamente existen en nuestra mente: son aquellas “etiquetas” que ponemos a las cosas, personas, a lo que nos rodea y lo que experimentamos interiormente. Pero en realidad, solo podemos advertir cambios: miramos cosas cambiantes, escuchamos sonidos que cambian, percibimos olores que aparecen y desaparecen, apreciamos procesos mentales y emocionales en un permanente devenir y desaparecer. Todo lo demás es pura ilusión. Por eso, los maestros del Zen enseñan: “No busques la verdad, simplemente dejes de aferrarse a tus opiniones”. La verdad no es algo que debe ser buscado, sino que es algo que está ahí, al alcance de nuestras manos y aún dentro de nosotros: cuando uno deja de apegarse a sus teorías, puntos de vista, ideologías y tradiciones, empieza a percibir esta realidad. Un fervoroso discípulo afirmó frente a su maestro que estaba dispuesto a ir adonde sea para encontrar la verdad:

-¿Y cuándo vas a partir?, preguntó el maestro.

-En cuando me digas adónde debo ir.

-Te sugiero que vayas en la dirección en la que apunta tu nariz.

-¿Pero cómo voy a saber en qué lugar detenerme?, preguntó el discípulo.

-Donde tu quieras. -¿Y estará allí la verdad?

-Sí. Justamente frente de tus narices. Mirando fijamente a esos ojos tuyos que son incapaces de ver.

Anthony de Mello dijo una vez que la vida se parecía a una botella de buen vino: algunos se contentan con leer la etiqueta, mientras que otros prefieren probar su contenido. Cuando aprendemos a percibir este mundo tal como es, incluyéndonos a nosotros mismos: en una continua transformación, carente de esencias y elementos fijos, vamos a adquirir esta correcta y directa visión o comprensión, el primer paso para la liberación del sufrimiento.

La práctica de meditación debería ayudarnos en el logro de este fin: percibir el mundo de manera directa, libre de la mediación de los conceptos o etiquetas. Algunos creen que la meditación es una técnica alienada que sólo nos ayuda a escapar de los males de este mundo y transportarnos a una ilusoria realidad “espiritual” libre de penas y sufrimientos. Sin embargo, la meditación en el sentido budista es todo lo contrario: trata de abrir nuestros ojos a la realidad tal como es. Pero, ¿acaso necesitamos meditar para percibir el mundo? -dirán algunos. ¿Acaso cada vez que abrimos los ojos no miramos la realidad? ¿No escuchamos los sonidos del mundo, no lo tocamos continuamente? Por más increíble que parezca, esta popular creencia es, al menos, dudosa.

Entre los científicos sociales y lingüistas, desde hace mucho tiempo, existe una teoría, conocida como la “hipótesis de la relatividad lingüística” o la teoría Sapir-Whorf, según la cual nuestras ideas sobre la realidad dependen en gran parte del lenguaje que utilizamos. Metafóricamente hablando, la lengua vendría ser como unos anteojos de color que tenemos puestos, a través de los cuales miramos la realidad; entre alguien que usa los lentes de color, digamos, azul y alguien que los usa marrones, nunca habrá acuerdo sobre cómo realmente son las cosas. Y las palabras son los conceptos que median nuestra percepción del mundo como los anteojos. Sin darnos cuenta, lo que generalmente percibimos no son las cosas sino nuestros conceptos que tenemos de ellas. Por eso uno de los maestros del Oriente dijo: “El día en que enseñes al niño la palabra ´ave´, el niño dejará de ver las aves por siempre”. Efectivamente, cuando el niño observa maravillado aquel ser vivo volando y alguien le dice, “Ah, pero este es un gorrión”, el día siguiente el niño dirá “he visto otro gorrión... estoy cansado de los gorriones”. El mundo concreto es cambiante, dinámico y sorprendente, mientras que los conceptos son estáticos y generales.

El mencionado místico jesuita de la India, Anthony de Mello, propone la siguiente parábola para ilustrar este tópico: Imaginemos que un grupo de turistas está viajando en un bus lujoso con ventanillas cerradas y cortinas bajadas. Los pasajeros no pueden escuchar, oler ni ver nada del exótico y hermoso paisaje que está afuera; solamente escuchan la monótona descripción de lo que pasa afuera, hecha por el chofer. Lo único que experimentan los turistas son imágenes creadas por las palabras del guía. Suponiendo que el bus estacione y se les permita salir afuera, los pasajeros saldrán ya con ideas fijas preconcebidas sobre lo que podrán y deberán ver, sentir y apreciar. Su experiencia será distorsionada y condicionada por la narrativa del chofer: no van a percibir la realidad en sí misma sino una realidad filtrada por medio de sus conceptos.

El primer paso del Óctuple Sendero, nos enseña sobre nuestra necesidad de recuperar la correcta visión del mundo, una visión directa y libre de prejuicios para volver a poder sorprendernos y maravillarnos de él.

Suttas relacionados:
MN 9 Sammaditthi Sutta – Discurso sobre el entendimiento correcto


2) Recta intención o resolución

Algunos traducen también este segundo paso como “recta aspiración”, lo que nos proporciona aún mayor claridad de lo que se trata: examinar nuestros motivos más íntimos, preguntarnos por qué actuamos de una determinada manera o hacemos ciertas cosas, qué aspiramos y para qué. En otras palabras, se trata de examinar nuestra actitud, muchas veces escondida, detrás de las acciones. En consecuencia, se trata de evitar acciones mal intencionadas que podrían ocasionar daños a los demás y a nosotros mismos.

En cierto sentido, la correcta intención es un camino de continuos descubrimientos: porque cuando somos sinceros, nos serán reveladas nuestras reales aspiraciones, los motivos ocultos y profundos de nuestras acciones, cuya existencia a veces, ni siquiera fue sospechada. Esto puede resultar doloroso, especialmente cuando tratamos de averiguares los motivos ocultos de nuestras acciones nobles, aquellas de las cuales nos sentimos orgullos y felices. Pero lo más importante en este segundo paso es, realizar nuestros descubrimientos sin juzgarnos a nosotros mismos, sin producir remordimientos y sentimientos de culpa: simplemente tomar notas de las intenciones y aspiraciones existentes tanto correctas como incorrectas y, eventualmente, cuando se trata de estas últimas, empezar a renunciar a ellas. Por más que hoy en día, en medio de nuestro mundo altamente consumista, la palabra “renuncia” no es muy popular, la espiritualidad budista la tiene en gran estima y la utiliza frecuentemente, partiendo del principio, según el cual la resignación de algunas aspiraciones malsanas, es mucho menos dolorosa que el hecho de aferrarse irreflexivamente a ellas.

El camino de meditación, con su consecuente liberación, propuesto por Buda no consiste, como algunos piensan, en sentarse cinco minutos antes de comer y, juntando los dedos, murmurar un poco la sagrada sílaba hindú “Om”, para luego comer en paz y sentirse feliz durante todo el día. Por el contrario, éste es un camino arduo, para nada instantáneo, que requiere paciencia e implica renuncia no sólo de las cosas sino hasta de nosotros mismos: de nuestro propio ego. Pero, por otro lado, según lo testimonian de las generaciones que lo practican por más de 2.500 años, éste es un camino que vale la pena de ser recorrido, una vez que el viajero entienda que para este viaje necesita, como lo diría San Francisco de Sales, “una taza de conocimiento, un barril de amor y un océano de paciencia”.


3) Recta forma de hablar

Con el correcto hablar entramos en la segunda categoría de pasos que hacen referencia a la moral, a la conducta ética o al desarrollo de la virtud. En este campo, el budismo propone a sus seguidores cinco tradicionales preceptos, que son los siguientes:

1º abstenerse de matar o producir daños intencionalmente;

2º abstenerse de robar o tomar algo que no nos fue explícitamente ofrecido;

3º abstenerse de cometer adulterio u otro tipo de conducta sexual impropia;

4º abstenerse de mentir y hablar de modo violento;

5º abstenerse de tomar bebidas intoxicantes y drogas parecidas.

Los maestros budistas siempre subrayan que estos preceptos no deberían ser interpretados como mandamientos, o sea, no deberían ser vistos como si constituyeran una especie de revelación divina o como si fueran ordenados por alguna fuerza superior de manera absoluta. Esta es simplemente una forma de conducta que cada uno ensaya de acuerdo a sus propias convicciones, condiciones y circunstancias. El cuarto de dichos preceptos se relaciona directamente con el paso que ahora estamos estudiando, mientras que en los siguientes encontramos el eco de los demás preceptos.

Las palabras tienen mucho poder. Se cuenta que un día cierto maestro trataba de explicar esta verdad a un grupo de personas. Mientras hablaba, se levantó de pronto un oyente y dijo: “perdone Usted, pero me parece que lo que está diciendo aquí es un montón de sandeces: ¿cómo podrá Usted creer que las palabras en sí mismas tendrán algún poder?” “¡Cállese, maldito imbécil!”, le respondió el maestro. El hombre quedó estupefacto y dijo: “¿Cómo puede ser que Usted se crea un maestro espiritual e insulta la gente? ¡Esto es una vergüenza!”. “Bueno, perdóneme -dijo en tono reconciliador el maestro- es que me excedí en palabras; le ruego, por favor, que no se enoje”. El hombre se tranquilizó y, una vez sentado escuchó estas palabras: “¿Se da Usted cuenta? Tres palabras mías le pusieron furioso y seguidamente unas otras pocas palabras le devolvieron la calma. ¿Y luego seguirá Usted negando que las palabras tengan poder?”.

Tradicionalmente, en el budismo el correcto hablar significa no mentir, no utilizar un lenguaje violento capaz de producir daño en las personas, no divulgar chismes y abstenerse de charlas frívolas o ligeras. Pero esto tiene también su lado positivo: el de convertir el lenguaje en un vehículo de amor y comunión. No se trata solamente de no mentir, sino decir la verdad de manera amable y cuidadosa. Sabemos bien que la llamada “cruda verdad” muchas veces es mal intencionada y dañina, cuando se la pronuncia de manera incorrecta.

Algunos maestros, prefieren traducir el correcto hablar como “hablar desde el corazón”, porque ellos creen que “hablar con la verdad significa poder tocar el corazón del que oye” (Kornfield, 1995:37).


4) Recta acción

Mientras que el recto hablar se refiere al cuarto precepto budista, este paso del Óctuple Sendero hace referencia a las restantes cuatro recomendaciones. El más importante, sin duda, es el de abstenerse de infringir algún dolor de manera consciente y voluntaria a nosotros mismos, a las demás personas o algún otro ser vivo. Cuando uno se pregunta sobre la causa de esta actitud, sobre la fuente de la cual proviene semejante facilidad que tenemos de ser crueles, inhumanos y violentos, muchas veces descubrimos que son los miedos e inseguridades bien escondidos en nuestro interior, relacionados con lo que queremos proyectar como nuestra persona, como el “yo”, los que se encargan de producir estar conductas violentas. La meditación budista, orientada principalmente al descubrimiento de la futilidad de nuestro ego que tanto apreciamos, es una buena herramienta para liberarse de dichos temores y, por ende, disminuir nuestra agresividad y la tendencia de causar dolores.

Cuando a Buda se le pidió que resumiera de manera más sucinta posible su enseñanza, simplemente dijo: “Absténganse de todo lo que no es sano o que puede ocasionar daños, practiquen el bien y purifiquen su corazón”: en esto consiste, en resumidas cuentas, practicar la correcta acción en nuestras vidas. En la tradición budista, este principio se traduce a unas reglas prácticas como la de no guardar el odio, no actuar impulsado por la aversión, no matar personas ni animales, entre otras. Cuando se menciona este último tema, lo usual es que empieza a surgir la polémica sobre si el budismo requiere de sus seguidores que sean vegetarianos, sobre si pueden matar a los insectos, etc. Aunque es cierto que no todos los budistas son vegetarianos, de hecho los monjes de la tradición Theravada no pueden serlo, porque viviendo exclusivamente de la ofrenda no pueden discriminar entre una u otra comida que les sea regalada, el hecho de consumir carne o no, discutir si se puede o debe matar los mosquitos, las cucarachas u otros insectos, no es lo más importante. Antes bien, lo que propone el budismo es procurar de conectarse con la vida y cuidar de ella. Comprender que formamos parte de este universo y estamos, de alguna forma, interconectados con todo lo que respira o tenga algún tipo de vida. Como lo expresó un maestro, cada uno debe pensar y responder la siguiente cuestión: ¿te imaginas que apareciste en este mundo como caído de un planeta o, más bien, piensas que llegaste a existir como un árbol que surgió, creció y se desarrolló a partir de una semilla? ¿Cuál de los dos cuadros se ajusta mejor a la visión que tienes de ti mismo y del mundo? Imaginarnos en este segundo plano, nos llevará a sentir más solidaridad e identidad con toda la manifestación de la vida existente en este universo. De esta forma, el principio de no causar voluntariamente daño alguno, tendrá también su lado positivo: el de cultivar el respecto, si no reverencia, por la vida y el sentimiento de la interconexión entre todos los seres vivos.

El recto actuar encierra también en sí, el segundo de los mencionados preceptos, a saber, el de no hurtar. Mientras que restringirse de hacer daño implica un trabajo mental relacionado con los sentimientos del odio, la abstención de tomar cosas ajenas requiere trabajar con la codicia. Demanda examinar nuestro corazón para descubrir dónde están puestas nuestras esperanzas y nuestros deseos. Este precepto también tiene su lado positivo que consiste en, no sólo restringir nuestras acciones para no robar, sino además, practicar la generosidad, el compartir y el desprendimiento. Se trata de comprobar por nuestra propia cuenta la veracidad de aquella frase de Jesús cuando dijo “Hay más alegría en dar que en recibir”.

El tercer precepto relacionado con la recta acción hace referencia a la conducta sexual. Como ninguno de estos preceptos pretende ser un mandamiento absoluto proveniente de alguna divinidad, también en este caso cada uno debe interpretarlo de acuerdo a su propia experiencia y sabiduría. El principio básico es evitar que una conducta sexual lastime o haga daño. Tradicionalmente, los budistas lo interpretan en que, a parte de rehusar a una conducta sexual violenta y dañina, habría que abstenerse de cometer adulterio, incesto y relaciones con los menores. El lado positivo, consistiría en cultivar la energía relacionada con el amor y la intimidad dentro de una relación apropiada.

El último precepto concerniente a la abstención de las bebidas alcohólicas u otras drogas intoxicantes apunta al corazón mismo de la enseñanza budista que consiste en la práctica de la conciencia continua. El término “Buda” se traduce no solamente como “iluminado” sino también como “despierto”. El estar despierto, consciente de lo que pasa aquí y ahora a nuestro alrededor y en nosotros mismos es la meta última de la meditación y medio para la liberación. Oscurecer la mente, la cual de por sí ya se encuentra confusa a causa de las impurezas provenientes de nuestros recuerdos, ansiedades, odios e insatisfacciones, con los efectos del alcohol u otras drogas, es simplemente una acción contraproducente. El camino budista de meditación consiste en despertar del falso e ilusorio sueño, de ser lo más consciente posible, antes que en adormecer en un sueño alcohólico, capaz de olvidar todo, pero sólo por una noche.

Algunos seguidores de este camino interpretan el quinto precepto como un llamado a la abstención absoluta, mientras que otros aceptan las bebidas alcohólicas en pequeñas cantidades mientras las mismas estimulen o produzcan energías y eliminen inhibiciones, pero evitan la intoxicación etílica o embriaguez. Pero también en este caso, antes de discutir los aspectos negativos de este precepto, conviene más centrase en su opuesto lado positivo: no sólo se trata de evitar las falsas ilusiones de las drogas y bebidas, sino de practicar concienzudamente la atención y la auto-conciencia. Cuando alguien empiece a experimentar los beneficios de permanecer atento y consciente, jamás va a querer oscurecer su mente con algunas sustancias con efectos embriagantes o alucinógenos, exista o no, algún precepto que lo prohíba.

Recta acción, el cuarto paso del Óctuple Sendero, tiene múltiples aplicaciones. En “Dhammapada”, por ejemplo, encontramos al respecto los siguientes versos:
"Me maltrató, me golpeó, me derrotó, me robó. El odio de aquellos que almacenan tales pensamientos jamás se extingue... Quienes no albergan tales pensamientos se liberan del odio. El odio nunca se extingue por el odio en este mundo; solamente se apaga a través del amor. Tal es la antigua ley eterna" (Dhammapada 1,5)



5) Recto medio de vida

Este paso se refiere a tener ocupaciones en la vida diaria que nos permiten ganarse el sustento y que sean, al mismo tiempo, compatibles con los principios de la ética budista. Este principio tiene varios aspectos.

En primer lugar se trata de que nuestra ocupación, de ninguna forma cause daños. Tradicionalmente, un correcto medio de vida estaría incompatible con el empleo en la industria armamentista, con el tráfico de drogas, con la explotación de los seres humanos o con la matanza de los animales.

En segundo lugar, debería procurarse que nuestro medio de vida nos proporcione, lo que se llama, una apropiada satisfacción. Si no tenemos la suerte de trabajar en algo que realmente nos encanta, la meditación budista podría sernos útil en encontrar contentamiento ahí donde menos lo esperamos. Se trata, en otras palabras, convertir nuestro empleo en una especie de elevado servicio vocacional, al cual podríamos dedicarnos con contentamiento.

Una adecuada manera de vivir, en el tercer lugar, se considera aquella que es libre de deudas y, consecuentemente en el cuatro puesto, que se contente con lo simple. Quizá este imaginario diálogo de una pareja que empieza una vida conjunta y que se quiere mutuamente, refleje el espíritu que se pretende lograr mediante este paso:

-Sabes, amada mía -dice él- voy a trabajar duramente y algún día seremos ricos.

-Ya somos ricos, querido -responde ella- pues nos tenemos el uno al otro. Quizá, algún día también tengamos dinero.

La simplicidad quizá sea el rasgo más destacado del estilo de vida propuesto por el budismo. Algunos, procuran el logro de esta simpleza mediante la vida religiosa convirtiéndose en monjes y monjas de diversas órdenes budistas existentes. La práctica de austeridad y simpleza en estos lugares es realmente proverbial. Pero también a los seguidores laicos de este camino, se les invita a experimentar el liberador poder de la simpleza y el desprendimiento. No se trata de multiplicar austeridades y mortificaciones, pues este camino fue rotundamente rechazado por el fundador del budismo, sino más bien de descubrir que con poco y con un corazón desprendido, uno puede ser verdaderamente feliz. Como aquel cuervo del antiguo cuento hindú que volaba con un gran trozo de carne en su pico. Viendo eso, los otros cuervos le persiguieron y atacaron sin piedad. El cuervo luchó y procuró mucho, pero al no poder con más de una docena de cuervos, acabó por soltar la carne, detrás de la cual se volcaron todos los atacantes. Y el cuervo dijo: “¡Qué tranquilidad! Ahora todo el cielo me pertenece”.


6) Recto esfuerzo

Con este paso empieza la última sección del Óctuple Sendero relacionada con el desarrollo de la concentración y meditación. Quizá nos sorprenda que el esfuerzo no haga referencia a los asuntos más prácticos de la vida relacionados, por ejemplo, con el correcto actuar, sino que se pertenezca e este grupo de pasos. Esto se debe a que, en el camino de Buda se considera la meditación y la concentración como el principal medio para lograr la última meta del hombre que es su libración del sufrimiento, la iluminación, el despertar espiritual o Nibbana. No importa cómo lo llamemos, lo importante es que aquel último objetivo sólo es posible de ser logrado mediante el propio esfuerzo.

En la tradición budista se habla de cuatro categorías de un esfuerzo correcto:

(1) esfuerzo por abandonar todo lo que en nuestras vidas y mentes es insaludable: los apegos, miedos, odios y enojos;

(2) esfuerzo por mantener libre la mente de estas impurezas;

(3) esfuerzo por desarrollar, cultivar y nutrir todo lo contrario, o sea, todo aquello que es provechoso para nuestra vida; y

(4) esfuerzo por mantener en nuestra mente estos saludables elementos.

Este esfuerzo correcto también suele resumirse en procurar mantenerse siempre consciente, mirar claramente y poner atención en todo lo que hacemos, pensamos, sentimos o hablamos. Todas las técnicas de meditación, de las cuales hablaremos en la segunda parte de este libro, tienen por objeto este mismo fin. Estos ejercicios tienen un atractivo especial que es un sello liberador que le ponen los practicantes a lo largo de los 25 siglos de su existencia, pero los mimos no pueden hacer nuestro propio trabajo: las técnicas por si solas tendrán muy poco efecto y valor, si es que no ponemos nuestro mejor esfuerzo en ejercitarlas.

El correcto esfuerzo, en otras palabras, debe ser orientado a mantener una conciencia constante, tal como lo relata el viejo cuento transmitido a través del budismo Zen, en el cual un monje de nombre Tenno, luego de haber practicado con su maestro a lo largo de diez años, lo que le permitía finalmente convertirse él mismo en un guía espiritual, visitó a otro famoso maestro de nombre Nan-in. Como era un día lluvioso, Tenno llevaba sus sandalias y el paraguas. “¿Dejaste tus sandalias y el paraguas a la entrada, no es cierto, Tenno?” -preguntó el maestro. Dado que esto, efectivamente era lo correcto, Nan-in siguió preguntando: “¿podrías decirme si colocaste el paraguas a la derecha o a la izquierda de tus sandalias?”. Tenno no supo responder y quedó confuso. De repente, se dio cuenta de que no era todavía capaz de practicar la conciencia constante, por lo cual se hizo alumno del maestro Nan-in y estudió con él otros diez años más, hasta lograr el nivel deseado.


7) Recta atención

Estar atento significa estar en el presente, ser conciente de lo que actualmente ocurre. Parece bastante simple, pero por otro lado esto significa también despertar al momento presente; despertar de las fantasías del futuro y de las imágenes del pasado, cosa que no siempre resulta fácil. No sabemos exactamente el por qué, quizá a causa del miedo, aburrimiento o por costumbre, pero lo cierto es que al igual que la mayoría de las personas, no acostumbramos poner atención en el momento presente.

Voy a valerme del relato de Anthony de Mello, más específicamente de un cuento titulado “Los bambúes”, para explicar de lo que, en el fondo, se trata en este paso:

Nuestro perro, Brownie, estaba sentado en tensión, las orejas aguzadas, la cola meneándose tensamente, los ojos alerta, mirando fijamente hacia la copa del árbol. Estaba buscando a un mono. El mono era lo único que en este momento ocupaba su horizonte consciente. Y, dado que no posee entendimiento, no había un solo pensamiento que viniera a turbar su estado de absoluta absorción: no pensaba en lo que comería esta noche, ni si en realidad tendría algo de comer, ni en dónde iba a dormir. Brownie era lo más parecido a la contemplación que yo haya visto jamás.

[...] Debes abandonar, en realidad, todo pensamiento, toda frase, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.

“Después de años de entrenamiento, el discípulo pidió a su maestro que le otorgara la iluminación. El maestro le condujo a un bosquecillo de bambúes y le dijo: ´Observa qué alto es ese bambú. Y mira aquel otro, qué corto es´. Y en aquel mismo momento el discípulo recibió la iluminación”.

Dicen que Buda intentó practicar toda espiritualidad, toda forma de ascetismo, toda disciplina de cuantas se practicaban en la India de su época, en un esfuerzo por alcanzar la iluminación. Y que todo fue en vano. Por último se sentó un día bajo un árbol que le dicen “bodhi” y allí recibió la iluminación. Más tarde transmitió el secreto de la iluminación a sus discípulos con palabras que pueden parecer enigmáticas a los no iniciados, especialmente a los que se entretienen en sus pensamientos: “Cuando respiréis profundamente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando profundamente. Y cuando respiréis superficialmente, sed conscientes de que estáis respirando superficialmente. Y cuando respiréis ni muy profunda ni muy superficialmente, queridos monjes, sed conscientes de que estáis respirando ni muy profunda ni muy superficialmente”. Consciencia. Atención. Absorción. Nada más. (De Mello, 2003:32-33).


7) El último paso del Óctuple Sendero podría ser traducido también como correcta meditación, ya que la palabra samadhi utilizada en el escrito original, en el lenguaje pali, es bastante difícil de ser expresada mediante algún idioma occidental. Esta palabra significa la concentración como práctica de la mente centrada en alguna sensación o preocupación singular y única, asociada generalmente al sentimiento de paz y calma.

Varias de las técnicas de samadhi se pueden conocer en la Sección Meditación budista de manera que en este momento, sólo lo ilustraré con una breve historia de un novicio de uno de los monasterios budistas.

Dado que en dichos monasterios, la práctica de samadhi se efectúa durante muchas horas a lo largo del día, no era de extrañar que nuestro joven discípulo durante una de estas prolongadas sentadas se quedó profundamente dormido. Soñó que había llegado al Paraíso, pero para su asombro lo que vio allí eran... ¡los mismos monjes budistas de su monasterio sentados en posición de meditación! “¿Y a esto lo debo llamar Paraíso? -exclamó algo defraudado- ¡Si es lo mismo lo que estamos haciendo aquí en la tierra!”. Y una voz le dijo: “Tonto, ¿acaso crees que estos monjes que meditan están en el Paraíso? Es todo lo contrario: el Paraíso está en ellos”.